EL CAMINO QUE ME LLEVA A ESTO


El recuerdo más remoto que atesoro de San Juan de la Cruz se remonta a la infancia, una fría tarde amarillo-rojiza, propia de los atardeceres de noviembre, en aquella diáfana plaza del Ayuntamiento con sus dos solitarias farolas, asombrado por las colosales banderas de tonalidades marrones que aparecían por el enorme portón de la casa consistorial junto a dos individuos, ataviados con sayas de terciopelo carmesí portando al hombro unas extrañas piezas metálicas.


Años más tarde supe que esperaban al sempiterno Don Ramón. Cuando este aparecía por la puerta se organizaba la comitiva enfilando hacia la Parroquia por la calle Jardines. Detrás, mucha gente acompañaba a los prohombres locales. Delante, a cierta distancia, un enjuto paisano provisto de una tabla de madera con asa para sujetarla, encendía con una yesca ardida las mechas de los cohetes que disparaba al aíre, se veía que era el personaje más popular entre la chiquillería a tenor del grupo que lo rodeaba a distancia prudencial. Estos, la canalla escolar de la época, perseguía atentamente la trayectoria del proyectil para adivinar, tras la explosión, donde caería la varilla, autentico trofeo festivo que valía la asistencia al desfile procesional.


Debía ser muy pequeño porque mi madre no me soltaba de la mano en toda la tarde. Cuando la comitiva llegó a la puerta de la Iglesia, todo estaba preparado, la banda de música comenzó a tronar el solemne himno nacional, por la puerta aparecieron dos figuras inmóviles encima de un carro al que empujaban algunos hombres bien arreglados, como por entonces se arreglaba la gente los domingos por la mañana para ir a misa. Mientras todo sucedía, mi madre me relataba cosas que no llego a recordar, tal vez porque mi mente estaba con esa chiquillería intentando adivinar donde caería la varilla. Tras dar un largo paseo por el pueblo detrás de esos carros que llevaban aquella imágenes inmóviles, mientras caía velozmente la noche en el otoño tardío, asombrosamente iluminada por aquella hilera de pequeñas llamas que las velas de cera exhalaban, regresamos de nuevo a la Iglesia, donde de nuevo sonaba el himno mientras las dos imágenes desaparecían lentamente por el atrio parroquial.


Encerrada la comitiva sacra, venía el plato fuerte que me provocaba un dicotómico estremecimiento, el deseo por vivir aquel impresionante espectáculo que sacudía todos los sentidos, y el pánico a su desarrollo: LA TRACA MONUMENTAL. Después, concluida esta, todo volvía a la normalidad, bueno, tal vez esa noche costara algo conciliar el sueño con el eco del estruendo recorriendo aún los canales del oído.


Casi había olvidado que mi familia estuvo inmersa y comprometida con el Santo Patrón. Fue un libro del padre Paco Víctor 1, dedicado a rememorar las diferentes etapas de la Hermandad de La Carolina el que me refrescó la memoria y aportó la reseña y el dato documental de que la familia Megías, tres generaciones de ellos, estuvieron vinculados con las fiestas patronales. El primero, mi abuelo, Juan Manuel, maestro y director del Reformatorio de menores de La Carolina, dependiente del Tribunal Tutelar de Menores del Ministerio de Justicia desde 1928 a 1958 en que se trasladó a las dependencias que tenían en la capital, Jaén, en la calle Llana. Dos años antes de del traslado, las fiestas patronales entraron en crisis, las personas relevantes del pueblo que desde que terminó la contienda civil se habían encargado cada año de homenajear al frailecico de La Peñuela agotaron su espíritu de promoción. Entonces, ese año de 1956, se les ocurrió a un grupo de maestros, organizar y proponer el relevo que, en adelante, se realizaría por gremios profesionales. Aquél año, salvo que me olvide a alguien en el tintero, evitaron que las fiestas se perdieran, Alfredo Araujo, José Pareja, José González Miñarro, José Ruíz, Carlos Sánchez Batalla (padre) y mi abuelo, Juan Manuel Megías. Desde entonces, hasta mediados de los años 70, navegó el procedimiento establecido años atrás, mecanismo gremial que permitió socializar en gran medida las fiestas patronales. La década de la transición, además de los aires de cambio, produjo el agotamiento del modelo seguido, probablemente por circunstancias más de carácter social que de otra índole.


Gremio del cuerpo de Magisterio durante el desfile procesional de las fiestas de San Juan de la Cruz de La Carolina de 1956. De izquierda a derecha aparecen D. José Ruiz, un inspector de Educación invitado por el gremio, el sacerdote D. Pablo Noguera, D. José González Miñarro (hermano mayor), D. Alfredo Araujo y D. José Pareja (Foto cortesía de Rosa González Pasquau).

El año 1979, algo y alguien tiraron de quien escribe estas líneas, por entonces estudiante universitario que acudía al pueblo en vacaciones. El alguien lo tengo perfectamente identificado, mi buen amigo Martín Rey Cabrerizo, que ha estado detrás de todas las iniciativas simultáneas en las que me vi inmerso aquellos años. El algo, aún sigo sin identificarlo claramente, quizás la juventud, los años especiales que corrían,  la patria chica que siempre tira, algo de nostalgia de la infancia corriendo detrás del apoteósico trofeo de una varilla de cohete,…, tal vez un poco de todo. El caso es que recuerdo un verano entero en una sala de la biblioteca municipal dedicado a preparar unas Fiestas que se habían perdido o estaban a punto de desaparecer. Hicimos socios de la hermandad puerta por puerta, tiramos de no sé qué documentos y averiguamos los carolinenses emigrados a los que escribimos una misiva solicitando un donativo para relanzar las fiestas con una gran repercusión, no recuerdo demasiados detalles pero, los postulados de "la imaginación al poder" estuvieron muy presentes aquellos días. Conocí y confraternicé con otros carolinenses que estuvieron por la labor, un grupo ecléctico surgido de la bendición divina del frailecico Miguel A. García Lucas, Alfonso González , Félix Sánchez, Martín Rey Cabrerizo, Florencio Bernal, Guillermo Sena Medina, el cura Paco del Moral Barrón que se dejó llevar, el que suscribe y la colaboración inestimable de la Asociación Cultural la Peñuela, conformaron la Junta Promotora (creo que se llamó así), que a partir de aquél año revitalizó, de nuevo, la festividad de andariego carmelita.


Algunos miembros de la Junta Promotora de la Hermandad de San Juan de la Cruz en el desfile procesional de 1980. De izquierda a derecha Martín Rey, Mariano Andújar, Alfonso A. González, Felix Sánchez y Carlos Sánchez-Batalla Martínez. (Fotografía cortesía de Martín Rey Cabrerizo)

Finalmente, tras varios años en los que, como suele decirse, aquello fue a más, y antes de que finalizara el siglo XX, en 1998, le correspondió a mi madre, Rosario (Chari) Megías, como presidenta de la Asociación de Amas de Casa de La Carolina, asumir el cargo de Hermana Mayor y organizar junto a sus correligionarias de la asociación la festividad del Santo Patrón. Recuerdo el entusiasmo con que lo vivió, fue un año de un no parar, cada vez que la visitaba la conversación acababa en el mismo sitio, el Patrón. Aquello fue una fuente de vida e ilusión para ella, hasta no hace mucho recordábamos anécdotas y vicisitudes de aquél año.


Junta Directiva de la Asociación de Amas de Casa de La Carolina, encargadas de la organización de las fiestas patronales el año 1998 durante el desfile procesional.

Siempre que pude, los 24 de noviembre, acudía a sentir ese biruje del otoño tardío en el que el atardecer daba paso fugazmente a la noche intensa, alumbrada con los cirios que la Hermandad siguió repartiendo tradicionalmente. Cuando no fue posible, un lugar de mi corazón siempre recordaba la onomástica. Y bueno, pasados los años, y encontrándome entre otras reconvertido en dominguero pisapraos profesional, dedicando parte de mi tiempo de ocio a eso de lo que se extrañan muchos cuando uno lo cuenta, ¡andar por la Sierra!, se me cruza la posibilidad de dar continuidad al proyecto iniciado años atrás por los Carmelitas de Caravaca de la Cruz, describir y trazar los caminos que el fraile andariego recorrió por la provincia de Jaén, ardua tarea teniendo en cuenta que hablamos de un personaje que no paraba quieto. Un reto de trazar los caminos de ir y venir y volver, de poner a La Peñuela en el lugar que le corresponde en todo ese trasiego, definir el camino de llegada a Andalucía y el camino de la muerte, ambos tan ligados a este lugar, definitivamente, proponer una ruta sanjuanista que no agote el camino iniciado por los murcianos de Caravaca y que permita a los seguidores del fraile seguir a la zaga de su huella.


Por donde que, la casualidad o el destino, aúnan mi simpatía por el Santo Patrón con mi entretenimiento favorito..., y aquí me hallo.






1 La hermandad de San Juan de la Cruz. La Carolina. Francisco Víctor López Fernández. Ed. El autor. 2011..